Carnaval y Carnavalización

Carnaval reino utópico de la libertad, de la universalidad y de la igualdad humana, donde las tensiones no se rompen sino que se concilian. En la Edad Media era la segunda vida del pueblo. La visión carnavalesca del mundo medieval sería la de una segunda vida, un segundo mundo de la cultura popular, la parodia de la vida ordinaria.

El Carnaval desaparece con la distancia entre los hombres, entre lo sagrado y lo profano, es la parodia del cotidiano, una parodia que niega, rescata y renueva. Una parodia que refleja un mundo no oficial, rompiendo momentáneamente con las relaciones de jerarquía, privilegios, reglas y tabúes. Es la ruptura del tiempo cronológico y lineal, un regreso del hombre al tiempo mítico de los orígenes.

domingo, 10 de marzo de 2013

Canudos: la invención del miedo



“Quem ouvir e não aprender
Quem souber e não ensinar
No dia do juízo
A sua alma penará”

No creemos que la guerra de Canudos haya sido un “reflujo en nuestra historia”, sino el conflicto entre dos Brasis. El Brasil real, miserable y olvidado del sertanero y el Brasil de la “Belle Époque”, de la República Velha: mentiroso, falso, superficial, del latifundio, que al principio se extingue en el Tenentismo de los años 20, en la Semana del arte moderno de 22 y en la Revolución de 30

En 1894 bandos de yagunzos de Canudos propagaban el miedo por los rincones de Bahia, produciendo calorosa e inútil discusión en la Asamblea Estadual. La aldea de Canudos ya era conocida por la reunión de creyentes, fanáticos, cangaceiros, pordioseros, bandoleros y cimarrones que vivían a robos y a salto de matas. Entonces, ¿por qué le era permitida su existencia por las autoridades gubernamentales? Aquella gente inculta y andrajosa, perdida y olvidada en los confines del sertón, estaba en su lugar. Lejos de la civilización; cerca de la barbarie.

Canudos, vieja hacienda de ganado a las orillas del río Vasa Barris, era en 1890 una aldea de cerca de cincuenta casas de barro y caña brava. Ya en 1876, se reunían junto a la vieja hacienda, aún floreciente, una turba sospechosa y desheredada, “armada hasta los dientes”. Gente que se ocupaba casi exclusivamente en tomar aguardiente y fumar pipa de barro en pitos de metro de extensión de tubos de una planta que abundaba en la región.

El Consejero llegó a Canudos en 1893, encontrando el rancho abandonado con la antigua Casa Grande en ruinas y la Iglesia Vieja aún de pie. Antonio Consejero no era un incomprendido, la multitud lo aclamaba como representante natural de sus aspiraciones más altas. Tenía en la actitud, en la palabra y ademanes: la tranquilidad, la altivez y la resignación soberana de un apóstol. Le decía a la gente  lo que necesitaban y les gustaba escuchar. Predicaba de la sequía, de la miseria, de la hambruna, de las epidemias, de los malos políticos, pronosticando el porvenir.

Un vericueto de defensa
Dentro de algunas semanas de 1893, la Aldea Vieja daba lugar a nuevo poblado, cuyas calles eran mal proyectadas, sinuosas y en forma de laberinto. Las casas, hechas de adobe, ya nacían viejas y feas. Al principio estaban cerca de la Iglesia Vieja, luego construcciones más ligeras “parecían obedecer al proyecto de un plan de defensa”. El poblado de Canudos había sido construido con esquemas de serpenteantes trincheras por todos los lados, a veces, le parecía al viajero desavisado un inofensivo rancho, en lo cual el enemigo podía hostigarlo, golpeándole todas las entradas con una única batería de cañones. Pura ilusión. Canudos tenía condiciones tácticas de defensa preestablecidas. La “Troia de Taipa” se cerraba al este por las colinas, al oeste y al norte por las quebradas de las tierras más altas y al sur por las montañas. El pueblo de la ciudadela no se escondía de posibles ataques de jinetes enemigos, los sertaneros esperaban aposentados y parapetados a la vera de los caminos.

La naturaleza alrededor de la aldea era un contraste. Era fea y muerta con paisajes tristes, a veces, no había ni árboles ni matorrales. Territorio abrupto, crispado de quebradas y cañadas; pero donde abundaban las encrucijadas de senderos y veredas: Uauá, Caipã, Jeremoabo, Cocorobó, Cambaio, Calumbi y Rosario. . La caatinga - juazeiro, favela, mandacaru, baraúna, xiquexique, cabeça-de-frade, quipá, caatanduva, mulungu, caraíba, quixabeira, icózeiro, ouricuri, jurema, umbuzeiro  -  agrede y espanta con hojas de gajos torcidos y secos que se entrecruzan. El sol ardiente impera en la quemante resolana del mediodía.

Tierra reseca
El poblado se ubicaba al fondo de los sertones de Piauí, Ceará, Pernambuco y Sergipe. Tierra reseca de veranos calcinados, inviernos torrenciales y riachos que solo se llenan en las épocas de lluvia. En la estación de la sequía, se intercalan días muy calientes y noches frías. Por largos meses de intenso calor a la tierra polvorienta le es negada la humedad escasa del ambiente adusto. El suelo es cuarteado sin mata floreada, donde se marchitan los matorrales. En el mes de marzo, sin crepúsculo, los días son más cortos. El cielo se cubre de nubarrones. Vientos agitan las hojas. Truena; llueve fuerte, e florece la caatinga.

¿Qué tipo de gente vivía en Canudos?
Variopinta colectividad de razas, lugares y oficios vivían en el poblado. Había mujeres beatas; solteras, que en el sertón tiene el peor de los significados: sueltas, sin freno; mozuelas doncellas y honestas madres de familia. Mujeres de todas las edades, todos los tipos, todas las razas: negras, caboclas, mamelucas, cafuzas, rubias y blancas. Todas vestidas lo más sencillo posible, de la manera que exigía el Consejero. El contraste era aún mayor entre los hombres: yagunzos, vaqueros rudos, peones, libertos, esclavos, ex esclavos, cangaceiros, desocupados, indios, pequeños propietarios de tierras expulsados por los terratenientes y los hombres de confianza del Consejero: José Venancio, Pajeú, Lalau, los hermanos Chiquinho y João da Mota, Pedro Grande, el negro Estevão, João Tranca-Pés, Raimundo Boca-Torta, Chico Ema, el valiente Norberto, Quinquim de Coiqui, Antonio Fogueteiro do Pau-Ferro, VilaNova, Macambua, João Abade, Antonio Beato, sacristán y soldado, José Felix, el Taramela, campanero, viejito que cuidaba las iglesias, llavero y mayordomo del culto. Todos cargaban fusiles, carabinas, espingardas, machetes, puñales, porras y garrotes. Malhechores, hombres y mujeres humildes del sertón levantándose en armas para atacar y defenderse de la República. El poblado de Bom Jesus do Belo Monte llegó a tener cerca de 30 mil habitantes.

El Anticristo estaba en el mundo y se llamaba República
Antonio Consejero pregona la desobediencia civil contra la República, quema tablas de edictos cobrando nuevos impuestos. En sus andanzas por  el sertón denuncia a la sequía, el casamiento civil y el nuevo sistema métrico decimal.

La gota que colmó el vaso
En 1896 maderas compradas por el consejero, pero no entregues por determinación y precipitación de un juez, hicieron con que el santón determinara su retirada por la fuerza del depósito municipal. El poblado de Canudos se volvió una amenaza para la orden pública y esta amenaza debía ser extinta. Era necesario aplastar la rebelión “monárquico-restauradora” del interior baiano. 

La República brasileña contra Canudos
La primera expedición llegó a Juazeiro el 7 de noviembre de 1896. La primera victoria de la gente de Canudos fue sobre la policía baiana, que poseía un efectivo de 107 hombres: tres oficiales y ciento cuatro soldados, comandados por el teniente Manuel da Silva Pires Ferreira. Los soldados estaban mal preparados para las andanzas del sertón e inaptos para atravesar caminos con temperaturas altísimas, en una de las regiones más secas de Bahia. 

La segunda expedición fue comandada por el mayor de brigada Febronio de Brito. Llevaba 543 soldados, 14 oficiales, 4 ametralladoras y 2 cañones. Más de 300 soldados huyeron y por lo menos 200 murieron en el confronto con los sertaneros.

La tercera expedición la comandó el general Moreira César, el Corta-Cabezas. Partió de Rio de Janeiro a 3 de febrero de 1897, poseía casi 1.300 combatientes con quince millones de cartuchos, cañones, morteros, máuseres, y etc.

Antes de vencer al sertanero era necesario vencer al sertón. No se estaba delante de una guerra común, clásica, sino de una guerra donde el enemigo, encuerado y acechado, merodeaba por atajos que se hallaban ocultos. Embutidos en los abrigos, los sertaneros hostigaban y jalaban el botín de inexpertos soldados, que llevaban sacones de alta manga, pesadas armas y pantalones comunes. Soldados marchando mecánicamente por sitios descampados, a veces, desarbolados, pedregosos, de subidas y bajadas, de árboles sin hojas llenos de espinas y vaho sofocante. El ejército era presa fácil en una  guerra totalmente al margen de las reglas y convenciones.

El 1897, año infeliz agorero
La cuarta expedición, de 16 de junio a 5 de octubre de 1897, fue conducida por el general Artur Oscar. Poseía seis brigadas y fue dividida en dos columnas: una comandada por el general João Barbosa, con 2.340 hombres y otra por el general Amaral Savaget, con 3.415 hombres; el  5º cuerpo de la policía baiana, formada, también, por 388 yagunzos, además de doce cañones Krupp, un cañón Withworth, “la Matadera” y 5 navíos de la Marina de Guerra brasileña.

 El Consejero falleció a 22 de septiembre de 1897, con ramalazos de posibles heridas causadas por explosivos. El día 5 de octubre tuvo su tumba profanada y su cabeza separada del cuerpo.

La victoria del Anticristo
El triste fin de Canudos fue agonizante,  principalmente en busca de agua sobre los pozos paralelos del cauce del Vasa Barris, o donde se empozaba el agua de la creciente. Los sertaneros, cansados, buscaban el precioso liquido en las aguadas  llenas de cadáveres y de malheridos. Sedientos, reptaban a sacar agua bajo fusilería y granizada de tiros que les resonaban sobre la cabeza. Caían, a veces, uno tras otro. Cuando se acabó el agua, se bebía de todo. Todo lo que podía ser chupado y sorbido aunque fuera sangre de pájaros y orines. Se masticaba: hojas, tallos y raíces. Todo lo que tuviera jugo. La sed mató más que las balas.

El día 4 de octubre un cañoneo chisporroteante con bombadas fulminantes iluminaba y atronaba el reducto rebelde. Un racimo de uniformes azules con repiques de tambores, clarín de cornetas, fusiles, bayonetas y picas, en algarabía, bajaba de los cerros precipitándose sobre el poblado. Canudos ya no más tenía el aspecto de la “Canaã Sagrada” de antes, solo había humaredas, pilas de escombro, llamaradas de incendios, alaridos, llantos, chirridos; heridos y muertos por doquier.

Los prisioneros, aquellos que no fueron fusilados o degollados por los soldados, eran niños de 4 a 8 años, algunas mujeres y luchadores heridos. Todos fueron después vendidos como esclavos, alcanzados nueve años de la abolición de la esclavitud. Soldados del ejército brasileño, cuando pudieron finalmente entrar en Canudos,  husmearon por las casas destruidas   papeles que revelaran las verdaderas intensiones “monárquico conservadoras” del Consejero y su gente, pero  no había nada de comprometedor, apenas papeles que “no valían nada y todo valían”. Eran predicas inofensivas de Antonio Consejero, que no reconocía la República.

Canudos cayó el 5 de octubre de 1897. El día 6, acabaron de destruirlo, derribando las últimas viviendas, 5.200. Contra el poblado y su gente, el ejército brasileño usó más de 10 mil soldados (en la Primera Guerra Mundial, el efectivo del Ejército fue de más o menos 1.610 hombres; en la Segunda Guerra, de 25.334)  de 17 estados, repartidos en cuatro expediciones. En la guerra murieron alrededor de 25 mil personas. .

Al fin y al cabo, las poblaciones de Canudos y de Brasil fueron manipuladas por los políticos de Bahia y de la Capital Federal, estaban en centro de una disputa política entre Conservadores y Liberales. La guerra de Canudos es un enigma en la historia de Brasil. Un episodio obscuro y mal resuelto. Tras cuatro expediciones del Ejercito Brasileño contra Canudos, el poblado fue destruido por el fuego y borrado del mapa por las aguas de la represa de Cocorobó.

“El sertón se volvió mar”



Bibliografia
Llosa, Mario Vargas. La Guerra del Fin del Mundo. Fundación Biblioteca Ayacucho. 1991. Caracas – Venezuela.
Cunha, Euclides da -1866 – 1909. Os Sertões. Seleção, introdução e vocabulário Olimpio de Souza Andrade. Edições de Ouro. Rio de Janeiro.
Canudos: Cartas para o Barão/Consuelo Novais Sampaio (organizadora) – 2ª ed. 2001 São Paulo: Ed da Universidade de São Paulo: Imprensa Oficial do Estado.
Romero, Silvio. Estudos sobre a poesia popular do Brasil. 2. Ed. Petrópolis, 1997, pag. 41
Web:
www.projetociclovida.blogspot.com.br
Canudos na literatura de cordel –josecalasans.com
Ruth Farah Nacif Lutterback – Cordel. O Fim de Canudos – 100 anos sem Euclides- Projeto Cultural
(PDF) O Estado e a inerência da violência: A República Brasileira contra Canudos. www.faceq.edu.br